lunes, 24 de enero de 2011

MITOS Y LEYENDAS

    La tradición, la arqueología y los primeros documentos escritos del siglo XVI, y el propio testimonios etnográfico actual, revelan que el antiguo hombre andino, tanto de la costa como de la sierra, y, particularmente, el súbdito de los Incas, tuvo como caracteristica esencial, un tradicional instinto, un sentimiento de adhesión a las formas adquiridas, un horror a la mutación y al cambio, un afán de perennidad y de perpetuación del pasado, que se manifiesta en todos sus actos y costumbres, y que encarnó en instituciones y prácticas de carácter recordatorio, que remplazaron, muchas veces, en la fundación histórica, a los usos gráficos y fonéticos occidentales. Namoyoc / Chota
    Este sentimiento se demuestra particularmente en el culto sagrado o lugar de la pacarina o el lugar de aparición ya sea cerro, peña, lago o manantial, del que supone habia surgido el antecesor familiar, o el culto de los muertos o malqui de la momia tratada como ser viviente y de la huaca o adoratorio familiar.
    Ningún pueblo sintió más hondamente la seducción del pasado y el anhelo de retener el tiempo fugaz. Todos sus ritos y costumbres familiares y estatales están llenos de este sentido recordatorio y propiciador del pasado.
    Cada señor o gran personaje que murió fue rodeado de todos los objetos que le pertenecieron en vida; de sus armas y de su cerámica, servido en la muerte por mujeres e hijos, indudablemente tuvo que realizarse grandes ceremonias y tradicionalmente recordar hechos recitados que se transmitian verbalmente a sus descendientes.
    El indio de las serranías, según los extirpadores de idolatrías, se resistía a abandonar los lugares abruptos en que vivía, porque ahí estaba su lugar sagrado, su huaca o pacarina y guardaban reverencialmente en su hogar las figurillas de piedra y cerámica y otros materiales que representaban a sus lares.
    En la costa, nos refiere el Padre de las Casas, se realizaban los funerales de los jefes en las plazas públicas, los cuales eran rodeados por coros de mujeres que lloraban y cantaban relatando las hazañas y virtudes del muerto. En todos estos actos el instinto o apetencia de historia, se cristalizaría también en el amor por los mitos, cuentos y leyendas y más tarde en las formas oficiales de la historia.
    Hay que reconocer el valor de los mitos que sirven para reconstruir el espiritu de un pueblo, estos relatos coinciden con otras manifestaciones anímicas desaparecidas del mismo pueblo y son muchas veces confirmados por la arqueologia. Entre ellos tenemos el origen del mundo, la guerra entre los dioses Con y Pachacamac, la creación del hombre por Viracocha, que modeló en el Collao la figura de los trajes de los pobladores de cada una de las tribus primitivas, o la aparición de personajes legendarios que siguen el camino de las montañas al mar, como Naymlap, Tacaynamo, Tonapa, Manco Cápac, que tienen un fresco sentido juvenil.
    Media luna gemelos y seres mitologicos en lucha
    En la ingenua e infantil alegoría del alma primitiva, los cerros o los islotes marinos son dioses petrificados, o seres legendarios castigados por su soberbia o pasión amorosa. El trueno es el golpe de un dios irritado sobre el cántaro de agua de una doncella astral que produce la lluvia: los eclipses son luchas de gigantes, leones y serpientes. Las estrellas se imaginaban como animales totémicos. La luna cuyas manchas son la figura de un zorro enamorado de la luna, que trepó por dos sogas que le tienden desde arriba y llegó hasta ella para raptarla, quedando adherido al disco luminoso los hombres que nacen de tres huevos, de oro, de plata, representan creaciones que son la expresión de un alma joven.

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